Cuando por fin alguien me vio
Porque a veces, lo que más necesitamos no es que nos salven, sino que alguien nos vea.
Crecí creyendo que el amor debía ganarse. Que la validación era una especie de premio que solo se otorgaba si hacías lo suficiente… si eras lo suficiente.
Pero ese "suficiente" nunca tuvo forma. Era una sombra que se alejaba mientras más la perseguía.
Aprendí a no celebrar en voz alta, a no mostrar orgullo por lo que lograba, porque siempre venía acompañado de un "pudiste hacerlo mejor".
Nunca me faltó techo ni comida. Lo que faltó fue algo más sutil: una caricia en el momento preciso, un "estoy orgulloso de ti" sin condiciones, un silencio que no pesara como deuda.
Y entonces, sin ruido, llegaste tú.
No para corregirme. No para empujarme a ser otra versión más ambiciosa de mí misma.
Solo te sentaste a mi lado. Me escuchaste sin mirar el reloj. Me abrazaste.
Y me dijiste, casi como si fueras parte del tiempo que nunca me tuvo paciencia:
"Mira atrás. ¿Ves todo eso que has recorrido? ¿Cómo puedes no sentir orgullo?".
Nunca nadie me había invitado a ver mi camino desde la ternura.
Siempre desde la exigencia, desde el “te falta”, desde la eterna deuda de ser mejor.
Pero tú, tú no me pediste más.
Me ofreciste un brindis —no por lo que soñaba lograr, sino por lo que ya había resistido.
Por los días en que me levanté con el alma rota y aún así sonreí.
Por las veces que elegí seguir, incluso cuando nadie lo notó.
Ese momento no fue grande para el mundo.
Nadie más lo supo.
Pero para mí lo fue todo.
Porque por primera vez, no me sentí invisible.
Porque por primera vez, alguien me vio, sin filtros, sin expectativas, sin condiciones.
Y entendí que tal vez no necesito llenar los vacíos de los demás para merecer el mío propio.
A veces no es un premio lo que nos sana.
Es la presencia de alguien que no exige, sino que acompaña.
Alguien que, simplemente, te dice:
"Tú, así como estás ahora… vales."
Y ese alguien cambió algo dentro de mí.
Quizás para siempre, no mágicamente…
Pero sí lo suficiente para que, por primera vez, dejara de vivir como si estuviera en deuda conmigo misma.
Gracias por leer, amores míos…
Este escrito es, probablemente, de los más personales que he hecho.
Amo a mi familia. De verdad, lo digo desde el corazón.
Creo que tuve suerte. Ellos han sido una parte fundamental de mi historia: en mi crecimiento, en mis logros, en cómo he sido moldeada como persona. Les debo tanto, y ese agradecimiento lo voy a llevar siempre conmigo.
Pero también sería injusto, incluso conmigo misma, negar que a veces… me faltó algo.
No hablo de odio ni de rencor —no hay espacio para eso aquí—, sino de ese vacío silencioso que aparece cuando sientes que diste lo mejor de ti, y aun así, nadie lo notó.
A veces quise una felicitación, un "estoy orgulloso de ti", una palmada en la espalda que me dijera "vas bien".
A veces necesité un abrazo.
A veces solo quería que me escucharan sin prisa, que me vieran sin exigirme algo a cambio.
Y entonces, en medio de eso, llegó alguien.
Alguien que sin prometerme sanar mis heridas, las tocó con una delicadeza que ni yo sabía que necesitaba.
No sé si alguna vez lea esto —quizás nunca tenga el valor de enseñárselo—, pero por si algún día lo hago, quiero que sepa que ese gesto que para muchos sería pequeño… para mí significó el comienzo de una reconciliación conmigo misma.
Gracias. Por hacerme sentir importante, sin pedirme que cambiara nada.
Por escucharme, por celebrarme, por darme esos montones de abrazos que siempre necesite y me negaba a pedir, por hacerme ver que mis pasos sí han valido la pena.
También escribo esto porque en esta aplicación he descubierto algo hermoso: que no soy la única.
Que muchas veces creemos que nuestros pensamientos son raros, que nuestros sentimientos son demasiado —y no lo son.
Hay tantas personas que cargan con vacíos parecidos, con historias que se parecen un poco a la tuya o a la mía, aunque jamás nos hayamos cruzado.
Y si este escrito le llega a alguien que hoy se siente invisible, sola, o cansada de dar sin ser vista…
quiero que sepas que te entiendo.
Que tú también mereces ese abrazo, ese reconocimiento, ese espacio donde por fin alguien diga: "te veo, y eres suficiente."
Yo venía pasando y termine llorando, que hermosas palabras