Y un día, terminó la prepa
Hay despedidas que no suenan como adiós, pero dejan eco en el alma; la prepa fue una de ellas: un capítulo que se cierra suave, pero deja marcas que el tiempo no borra.
Ayer cerré una etapa que parecía infinita.
La preparatoria.
Esa etapa de risas espontáneas en el salón, tareas hechas a último minuto, amistades que se sienten eternas y una rutina que, sin darnos cuenta, fue moldeando parte de lo que ahora soy.
Siempre escuché decir que era "la mejor etapa", y aunque en su momento no lo entendía del todo, ahora lo confirmo.
No porque haya sido perfecta, sino porque fue real.
Porque fue la última vez que la vida se sintió como una pausa larga antes del salto.
Porque ahí aprendí a amar, a fallar, a decidir, a cuestionar.
A construir recuerdos que, sé, me acompañarán en los silencios futuros.
Y ahora, ¿qué sigue?
Esa es la pregunta que me retumba en el pecho.
Porque nadie te prepara para lo que viene después.
Nadie te dice que el final de una etapa también puede doler como una despedida que no pediste.
Que a veces el miedo a crecer no es por lo que viene, sino por todo lo que dejamos atrás.
Hay un vértigo extraño en esta transición.
Como si el reloj se hubiera acelerado de pronto.
Todo lo que antes parecía lejano hoy se siente inmediato, inevitable.
El futuro dejó de ser una idea abstracta y ahora es una hoja en blanco que debo llenar.
Y la verdad, tengo miedo.
Miedo de no saber qué camino tomar.
Miedo de no estar lista.
Miedo de que el tiempo no se detenga nunca más y me pase por encima.
Miedo de olvidar quién fui en estos pasillos, en estos días de uniforme, en estas tardes donde lo más importante era estar juntos.
Pero también sé algo:
El miedo es señal de que algo importa.
Y crecer, aunque duela, es una forma de renacer.
Hoy me abrazo fuerte.
Y abrazo a la que fui, a la que dudó, a la que se equivocó, a la que soñó sin medida.
Y también abrazo a los amigos que fueron casa, a los maestros que marcaron camino, a los días que parecían eternos y hoy se sienten fugaces.
Termina la prepa.
Y con ella termina una versión de mí.
Pero también empieza otra.
No sé qué vendrá.
Pero quiero aprender a no tenerle miedo al cambio.
Quiero honrar lo vivido, sin dejar de mirar hacia adelante.
Porque tal vez el tiempo no se detenga, pero los recuerdos —cuando son verdaderos— se quedan para siempre.